Las guías de turismo que publican los ayuntamientos son muy prácticas, te indican lo que puedes visitar: locales de fiesta, monumentos, dónde comer, dónde alojarte… Pero sólo las empresas que han pagado previamente el espacio que ocupan son las que vemos en las guías y las que no pueden permitirse tal dispendio no aparecen, y no por eso son peores. Se cumple de nuevo el dicho: no son todas las que están ni están todas las que son.
Lo mejor es guiarnos por el boca a boca y conocer sitios que nuestros amigos nos recomendaron o descubrir uno mismo lo que nos ofrecen los diferentes negocios que encontramos en las calles.
Podemos ver en las guías restaurantes cuyo cubierto no nos sale por menos de 30 euros y no encontramos aquéllos que ofrecen lo mismo a un precio mucho menor. En cuanto a la calidad del servicio no todos están a la altura, aun siendo recomendados en la guía.
En mi visita a Córdoba he permanecido casi todo el tiempo en el barrio de la Judería, salvo el último día, que lo dedicamos a conocer la zona que rodea a la estación del Ave. Como mileurista que soy, no me sobra el dinero y lógicamente busco sitios acordes con mi poder adquisitivo. A veces hago un esfuerzo para entrar en algún local, pero al día siguiente trato de compensar el gasto extra comiendo por menos dinero.
He observado que nada más salir de la Judería los precios en hoteles, restaurantes y bares descienden considerablemente. Hemos comido un sabroso menú del día en la terraza de un bar ubicada en la avenida Hernán Ruiz, sentados bajo unos parasoles en un parque cercano a la estación de trenes por 7 euros cada uno.
En el entorno de la Mezquita, especialmente en la calle Céspedes, encuentras a repartidores de tarjetas de restaurantes y locales que te invitan a degustar sus especialidades. Existe una gran competencia en la hostelería para atraer a sus locales al turista que deambula por esa calle mirando escaparates o comprando ropa, joyas o recuerdos.
Los menús que ofrecen rondan los 12 euros, pero algunos llaman la atención anunciando un menú impactante por 8 euros, pero no cuentan el pan, la bebida ni el IVA. O sea …
Tambien notamos que algunos empleados de restaurantes y comercios no son muy amables: ponen mala cara, responden mal y algunos hasta te chulean. Veamos algunos casos:
Entramos en una tienda de regalos situada al inicio de la calle Céspedes porque mi mujer quería comprarme un recuerdo de Córdoba. Elegí una espada curvada, pero cuando la dependienta la estaba envolviendo me arrepentí y la cambié por un puñal moro con filigranas en el puño. La dependienta, una chica joven, morena, que seguramente la noche anterior no debió de tener su ración y presentaba una cara de mala ostia que no podía con ella, me miró con cara de hastío y me dijo: A ver si se decide usted de una vez…
Otro día entramos en un restaurante ubicado a mitad de la calle Céspedes atraídos por el menú típico cordobés a 10 euros. El patio estaba lleno de comensales y ya nos íbamos cuando vimos que una pareja dejaba su mesa libre. Nos sentamos y esperamos a que se acercara uno de los camareros para que limpiase la mesa y hacer el pedido del menú. Pasaron quince minutos y nada. Cinco minutos más tarde quedaron libres dos o tres mesas más y el camarero fue a recoger los platos y a limpiarlas. Le pregunté si podía atendernos, ¿saben qué dijo?: ¡Otro con prisas…!
Así fuimos seleccionando los sitios en donde comer y tachando aquellos en que nos trataron mal.
Y el tercer caso lo sufrimos al tomar el desayuno en la taberna del Potro, situada en la esquina del cruce de la calle Lucano, subiendo desde el río a la plaza del Potro.
Serían las diez de la mañana y en las mesas de la taberna, distribuidas en la plazoleta bajo unos parasoles, había tres o cuatro parejas desayunando. Nos sentamos y enseguida apareció el camarero, un chaval alto y moreno cuya edad calculo en unos 25 a 30 años. Pedimos dos cafés con leche y dos medias tostadas con aceite de oliva. Normalmente para las tostadas se suele servir unos panecillos cortados por la mitad a lo largo, pero en este local cortaron en cuatro partes una barra de pan de esas que dan dos por un euro y con cada parte dividida en dos por el centro, servían las tostadas.
Hasta aquí perfecto. Pero cual no sería mi sorpresa cuando traen la tostada de mi mujer y la veo negra como el carbón y oliendo a quemado. El chico dejó el plato en la mesa y se iba tan contento. Le llamo y mantuvimos el siguiente diálogo:
— Oiga, camarero: ¿no le parece de poca vergüenza servir esa tostada?
— ¡Pero qué dice usted! No le consiento que me falte al respeto en público. Yo sólo sirvo las mesas, no hago las tostadas
—Pero es que usted no debía ni haberla servido, un
profesional no lo hubiera hecho, y me parece un insulto a mi esposa
que usted le ponga basura para comer.Vale, no hace falta discutir, tráigame el libro de reclamaciones.
— ¡Pero por qué!, yo le cambio la tostada y todo arreglado, ¿no?
Los clientes de las mesas de al lado no prueban el café, permanecen atentos a la discusión pero sin abrir la boca. A esto se asoma el cocinero, o el dueño, y llama al camarero y le dice algo. Luego regresa el chaval con otra tostada, esta vez buena, en su punto, y me dice:
—Siento mucho lo sucedido, le ruego me perdone. Las tostadas no se las cobro, son obsequio de la casa.
— No, gracias.Yo no quiero ningún obsequio, no pretendo desayunar gratis, sólo quiero que me traten con respeto y sirvan los alimentos en condiciones. Dígame cuánto le debo.
—8 euros.
En vista de lo sucedido, decidimos no explorar más y comer sólo en los restaurantes en que habíamos recibido un trato excelente y un servicio de gran calidad:
Aperitivo en la terraza frente al Museo Arquológico
La Bodega la Mezquita, en la calle Céspedes nos encantó y os la recomendamos, tanto para comer a la carta como para tapear. La comida es excelente y el personal muy amable y atento. El precio ronda entre los 15 y 18 euros según el menú. Nosotros pedíamos menús típicamente cordobeses: Salmorejo, rabo de toro, berenjenas a la miel, pastel cordobés…
Carmen dando cuenta de un exquisito pisto cordobés
Otro restaurante estupendo es el Caballo Rojo, éste es un poquito más caro, pero el lugar lo merece.Tiene fama de servir el mejor rabo de toro cordobés del mundo.
El restaurante Hanman ofrece los fines de semana durante la cena un espectáculo de la danza del vientre, que ya aprecié en un anterior viaje en el encuentro que ya os presenté con amigos poetas de toda Andalucía.Pero como nos fuimos el viernes por la tarde, no pudo verlo mi esposa y hubo de contentarse con la comida andalusí.
Cena con danza de l vientre =32 euros; menú de la casa día sin danza = 20 euros
Bajo el restaurante Hanman, situado en la primera planta, se hallan los Baños Hanman, únicos baños árabes cordobeses que aún permanecen activos, los cuales ofrecen diferentes servicios.
Detrás del Caballo Rojo, subiendo la calle Céspedes, a unos doscientos metros a la derecha hay un callejón que tiene al final a la derecha un restaurante donde se come muy bien. Por su patio se accede también al Caballo Rojo.
Entrantes:
Para beber e ir de tapas abundan los lugares, algunos incluso con actuación de cante flamenco, como la taberna de la calle Ruano, casi
en la esquina a calle Céspedes.
Junto a la muralla, en la Puerta de Sevilla se halla una terraza muy buena con buen servicio de tapas.
Pero sería imperdonable no pasar por la Taberna Santos, frente a la Mezquita, y se asombrarán con sus tortillas de patatas y sus longanizas a la brasa.
Así fue cómo nos alimentamos.
Y para que conste y lo recuerden ustedes si van a Córdoba es por lo que les cuento todo esto, tal cual.